Fundacion RenaSer

martes, 26 de abril de 2016

Niñas y niños que sonríen, que corren, que dibujan en colores, que son realmente inocentes, sufren a veces el zarpazo feroz del abuso sexual, del poder más inexplicable, de la apetencia egoísta, de la pulsión no canalizada. Me estoy refiriendo al asalto, a la violación, a la agresión que tiene la crudeza de un tiro de gracia.
En otras ocasiones, la sinrazón del abuso sexual vomita en el propio hogar, a ese hijo, o sobrino, quizás nieto, que en su segundo mes de vida ya mostró su interés por los otros, con su sonrisa social. Piénsese en el cataclismo interior que se produce mucho más allá de los avatares de una vida. Estas niñas y niños viven atenazados por el sobrecogimiento angustioso de la insondable noche, de la puerta que se abre, de la sombra que acecha, por la palabra cálida y persuasiva que al recibir un implorante "No", se convierte en profundamente amenazadora.
Estos adultos, mal llamados padres, tíos o abuelos que han hecho añicos la máxima que reza que el mejor don que se puede dar es una infancia feliz, no escuchan el persuasivo lenguaje de las lágrimas.

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